Era tan azul el cielo en la mañana recién nacida... Su bóveda transparente, sobre pilares de luz, cobijaba un día cuajado de promesas. Después, las horas han ido cayendo, tristemente, una tras otra, en fila hacia el ocaso. Y el inmenso techo, antes luminoso, se resquebrajó en sangrientos arañazos, preludio de su mortal caída. Finalmente, la luz, ha agonizado. Del día solo han quedado las ruinas, y bajo sus escombros, miles de palabras antes usadas en febril actividad, yacen ahora muertas, convertidas en desechos, como cenizas sin lumbre, aves abatidas, casquillos sin bala.
Vuelvo a casa destruido, con la mirada perdida y el hastío en la garganta. A duras penas puedo quitarme la careta de alienado y la doctrina que atrapa... De pronto creo percibir un gemido, un sollozo ahogado, y alarmado, camino hasta la basura amontonada. Miro alrededor, remuevo cascotes, y entre adjetivos opacos y verbos rotos, como relojes pisoteados, contemplo estas palabras inertes:
“Dinámica del sector, desajuste estructural, de la oferta y la demanda, posición de liderazgo.”
Las toco, comprobando que han perdido la vida, y al punto, vuelvo a escuchar un quejido implorante, desgarrador. Mis manos zarpas excavan desesperadas buscando entre las sombras de hacinada destrucción, hasta encontrar, desfallecidas, casi moribundas: “Gato dormido, biberón, abrazo, marea, agua.” Una ternura desconocida me estremece, las recojo despacio, las limpio, las abrigo y tras acostarlas cuidadosamente vuelvo a buscar con más ansia. Al poco mis dedos lacerados tropiezan con una placa que reza: “El e-business integral, del ingreso medio diario, Internet, la compra on line, de clientes y mercados.” Aparto la lápida rota y descolocada sin tumba y miro cabizbajo al suelo, al borde de la renuncia cuando, donde cae el salitre que desborda mi mirada las descubro, aún con vida, sepultadas: “ Hierbabuena, vela, caldo, mariposa, acordeón, humor, pintura” Con manos temblorosas las recojo y las guardo en los bolsillos, que se abren a la vida con los nuevos invitados. Aguzo una vez más el oído, por si acaso escucho un llanto. El bálsamo del silencio apacigua el sobresalto. Luego, con lentitud mi figura vuelve a erguirse aspirando profundamente del aire su suave hálito y, sobre nubes de sosiego, inicio un andar pausado al ritmo inaudible de ultrasónicos adagios, con palabras que me guían en el viaje vespertino, meditada despedida, cual agua que dice adiós por la madre del barranco, como caballo de palo que se aleja por los mares... persiguiendo nuevas luces tras el soñoliento ocaso.
Esta noche en el lecho, antes de cerrar los ojos, besaré a mi compañera e imploraré a los cielos que vuelvan a despertarme.
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