Pedro se detuvo en el umbral de la sucursal bancaria y observó la larga cola de gente que aguardaba en el interior. Al fondo, tras los cristales, solo una de las tres ventanillas estaba ocupada por un cajero, que atendía al publico. Dando un suspiro se incorporó a la fila.
A su derecha, en diversas mesas, los restantes empleados del banco se concentraban en sus tareas. Pedro se miró en el reflejo de una columna acristalada: Su pelo, canoso, caía, algo largo, sobre sus orejas y nuca. Se abrochó un botón de la camisa, para evitar mostrar el abdomen, y la ajustó dentro de los desgastados tejanos. Al llegar su turno, sacó dos talonarios de cheques de su dietario, hizo un talón por 180 euros, y tras cobrarlos, alargó el otro talonario al cajero y le indicó se los ingresara en la cuenta indicada en este.
Tras la operación, se acercó a una mesa
- Hola Manuel- saludó
-Hola- contestó el aludido, levantado su cara redonda hacia Pedro
-¿Qué tal? ¿ Has seguido estudiando alemán?-
-No, después de aquel cursillo que compartimos hace años, lo he dejado-
-Bien, quiero pedirte un favor- continuó
-La verdad, es que hoy no estoy para favores- contesto el otro desde su mesa, ladeando ligeramente la cabeza. Los ojos de Pedro, reflejaron un fugaz destello de ira, que supo disimular con actitud de hombre acuchillado. Forzó una sonrisa y continuó:
-Bien, no debería ser un favor. El caso es que mi mujer y yo tenemos dos cuentas con nuestras nóminas domiciliadas, y con firmas indistintas. A través de una de ellas pago mensualmente unas facturas, por unas compras que he hecho para la casa, y he comprobado, por un extracto, que el banco ha cargado 180 euros de ese pago en la otra cuenta, con el consiguiente riesgo de quedar en descubierto, y que me corten la luz, o el teléfono. Y de verdad, no quisiera que se repitiera.
Manuel, con desgana, cogió los talonarios, y consultó el ordenador. Después admitió:
-Es cierto, ha habido una confusión porque tu nombre figura en las dos cuentas. Esperemos que no vuelva a pasar. ¿Algo más?
Pedro apretó los labios en señal de impotencia, y tomó aire- Sí, por favor- ya no sonreía, -¿Me puedes indicar a quién debo dirigirme, con relación a una tarjeta de crédito?
-Sí, allá al fondo, la primera mesa junto a la puerta de entrada-
Entonces se dirigió con andar agobiado hacia la mesa señalada, se detuvo frente a ella a cierta distancia y esperó. Desde su sillón marrón oscuro, un hombre de unos sesenta años, moreno, con corbata y abdomen voluminoso, se percató de su presencia y preguntó en tono cordial:
-¿Puedo ayudarle?-
-Sí, gracias- Pedro, invitado por el ademán del banquero, se sentó, ocupando la parte delantera de la silla, con el cuerpo inclinado hacia delante
-Buenos días. Mi nombre es Pedro Sánchez. He perdido hace un mes mi tarjeta de crédito, lo cual he comunicado, al departamento de extravíos, y quisiera saber si me han mandado otra nueva.-
Martínez, así rezaba la placa sobre su mesa, oscura a juego con su sillón, abrió un fichero y preguntó:
-¿Pedro Sánchez, ha dicho?-
-Sí, señor-
Tras oír la respuesta, extrajo un expediente y frunció el ceño. Después miró a Pedro por encima de sus gafas. El tono de su voz había cambiado cuando volvió a hablar:
-Es la tercera vez que ha perdido usted su tarjeta de crédito, ¿Verdad?-
-Sí, en varios años es la tercera vez-
-Bien- continuó con voz grave, -Además veo, - volvió a mirar sus papeles, - que se trata de una Visa Oro.- Hizo una pausa – ¿Puedo preguntarle, si no es indiscreción, a cuanto asciende su patrimonio?-
Pedro, nervioso, contestó: -Bien, tengo un piso, en el que vivo, cuya hipoteca pago a través de este banco, y un coche.- Martínez continuó a la carga
- ¿Y a cuanto ascienden sus ingresos mensuales?- El sorprendido Pedro, balbució.
-A unas 150.000 pesetas-
Martínez se retrepó en el sillón, con cara de suficiencia.
- Esos 900 euros no me parecen un sueldo para tener una tarjeta con una cobertura de ese tipo. Me temo que no podemos concederle otra tarjeta de crédito-
El semblante de Pedro era pálido. Miró fijamente a su oponente y le dijo, con aplomo:
-Disculpe. No termino de entender sus argumentos. Veo lógico que ustedes no quieran correr riesgos. Soy el responsable del departamento de cobros de una empresa, y créame que comprendo su punto de vista ante un posible impago. Pero ante un dilema, lo que para mí es más importante, señor, es que creo que la marcha se demuestra andando. Tengo cuenta en este banco desde hace once años, con mi nómina domiciliada, y jamás se ha dejado de pagar una sola factura que viniera a mi cuenta, jamás. Está demostrado que hago frente a mis deudas. Y creo, humildemente, que ese es el criterio que debería prevalecer, en una situación como esta.-
Martínez, comenzó a tabalear con sus aporretados dedos, mientras permanecía retrepado en el sillón y contestó, con una media sonrisa:
-Ese argumento casi me convence, pero no reúne usted las condiciones requeridas para ser poseedor de una Visa Oro; además seguimos instrucciones de nuestra dirección general, y a no ser qe el director actual de esta sucursal lo autorice, no le puedo devolver su tarjeta-
- ¿Ni siquiera una tarjeta de crédito corriente, aunque no sea visa oro?- Preguntó Pedro. Martínez levantó la barbilla, arqueó de nuevo las cejas, y con expresión interrogante, guardó silencio. Entonces Pedro se levantó despacio y se dirigió a la puerta de salida. Una vez en la acera, abrió su dietario por la letra B. Leyó: Bancos: cuentas/ ingreso para cobro de clientes. Debajo figuraban las cuentas de dos bancos diferentes. Acto seguido tachó el nombre y la cuenta del banco que acababa de abandonar.
El cobrador pidió en los meses siguientes a los clientes, que sus pagos los hicieran mediante transferencias a la cuenta que su empresa tenía en otra entidad bancaria.
Cuando comprobó el desvió de 450.000 euros, dio por zanjada la afrenta que había recibido y permitió que todo volviera a la normalidad.
Luis Almeida
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