La anciana entró muy de mañana en la sucursal bancaria. Su figura encorvada se acercó a la ventanilla, donde depositó una pequeña caja. Después sacó de su bolso una nota, que alargó al cajero. Este tras leerla, palideció, y visiblemente nervioso, entregó varios fajos de billetes a la abuela. La mujer los guardó, y sin recoger la caja, abandonó el lugar.
Horas más tarde, el comisario de policía leía aquella extraña nota: Amable cajero: Mi fallecido Esteban tenía sus ahorros en este banco, pero murió sin concederme firma o un certificado de matrimonio que me diera algún derecho. Entrégueme 60.000 euros y por su bien no de la alarma. Esta caja puede hacer que se encuentre usted con mi difunto.
La caja en cuestión solo contenía una urna mortuoria llena de cenizas
Luís Almeida
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